miércoles, 24 de agosto de 2011

A Usté, el de los labios de Menta y Miel.



El otro día caminaba por Santa Fe con una amiga viendo vitrinas en un plan de "window shopping" al más puro estilo de las Gilmore Girls. La verdad muy pocas cosas lograban llamar mi atención. No sé realmente si  es que no estaba pendiente, o si de verdad no había nada que me gustara, hasta que de pronto, en una de esas vitrinas sobrecargadas, vi un vestidito que tímidamente, como quien no quiere la cosa, captó mi atención. Mientras más lo miraba, más me gustaba, hasta que finalmente me dije, convencida, "lo quiero!".

Yo soy de ojos puyúos, entiéndase: antojada. Siempre me intereso por aquellas cosas (y personas) que por una u otra razón terminan estando un poco fuera de mi alcance y disposición. Aquel sencillo vestido que resaltó entre el resto, y que tanto me gustó, sólo lo tenían en talla S.

Con Usted me pasó algo parecido. Yo ya lo había visto, pero no le había prestado atención. Pero usted, primero con cautela y timidez, y luego con picardía, hizo que volteara de nuevo mirarlo y en sólo dos días ya me estaba desordenando las neuronas. Logró instalarse en mi mente a punta de palabras dulces, un poquito de descaro y mucho, pero mucho chamuyo (vale, debo admitir que sí me gustó un poco que me chamuyara). Y yo me instalé en su mente a punta de rebotarlo con comentarios sagaces, irreverentes y hasta alguno indiferente. Después estaba el "ustedeo", esa guindita colorada que terminó de adornar perfectamente el más delicioso de los helados.

Usted se hizo responsable de que yo fuera caminando por la calle con una sonrisa dibujada como la de Cortázar, y de que la gente me mirara como una demente. Pero no me importa que me miren, sonrío sola y camino cantando. Es una de las mejores sensaciones en el mundo. ¿Nunca lo ha intentado? Debería atreverse. 

Su desfachatez me resulta encantadora, su sonrisa tremenda y sus ojitos pícaros que despiertan ternura y malicia a la vez, se me hacen irresistibles. Su mirada fija me pone nerviosa. Sus besos me saben a menta y miel, que combinan perfectamente con los míos que saben a vainilla y chicle bomba, los dos sabores que le hacen falta a su vida. Sus caricias matan, su piel me quema. Como cantó  Cerati: duele de placer su cicatriz en mí. Aun así, lo tengo que dejar.

Lo extrañaré. ¡Demonios, que ya he empezado a extrañarlo! Sufro de un prematuro delirium tremens por su boca, por su sonrisa perfecta y hasta por sus mates con agua hirviendo cebados un lunes a las 9 y media de la mañana. Y es que, ¿cómo se hace para combatir la química si las ganas se nos salen por la piel? Es difícil, pero por ahora las circunstancias nos han jugado en contra. Por ahora nos queda el recuerdo de lo épico, de lo asombrso y de lo que nos ha dejado a ambos boquiabiertos, erizados y temblando.


Eso, por ahora...


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