martes, 16 de agosto de 2011

¿Los treinta? Son tuyos.

Hace poco, en una conversa perfecta entre chicas que se conocen poco - pero que se caen bien-, salió esta frase: “los treinta años son tuyos”.

Nosotras, en este local de iluminación linda, lleno de buena música, caras extrañísimas pasando por la ventana, nos reíamos felices. Sabana Grande nos aceptaba en su conocido Callejón de la Puñalada.
En este escenario, una de las chicas celebró la felicidad de tener 30 años con la mencionada frase. Una década que se entrega totalmente a lo que “es”: tacones, pintura de labios roja, medias oscuras, ligueros, besos robados, amapuches poliamorosos, cabezas canosas, sonrisas inocentes, despedidas cortas, sexo instantáneo…Y, este año, para mí, no es más que una muestra de ello.

Hace unos meses alguien me hizo descubrir el poder que tenía mi risa aniñada y mi caminar lento. Cosas que no se distinguen en una foto de avatar o en una imagen de fiesta. Hizo darme cuenta del valor de no saberse sexy o realmente hermosa. Simplemente me hizo saber, con una clase de experiencia, que mis movimientos y sensualidad se tenían que descubrir y, eso, valía oro.

De él me quedó el silencio, la picardía de una sonrisa canosa, la discreción de un beso mal pensado.
Con el piso un poco alborotado, regreso a mi espacio. Pero con la necesidad de contarle, aunque sea algo, a la amiga de turno (Sí, aquí en Venezuela ya no queda nadie y los amigos nuevos nacen como flores. Lo maravilloso: siempre, siempre hay. Uno más colorido y fascinante que el otro).

 Esta amiga me recibe con un cuento maravilloso, pero con un protagonista totalmente distinto: un “muchachito”. Nosotras, con nuestros 31 encima, nos reíamos de nuestras historias perfectas: yo con mi canoso; ella con su veinteañero.

Lo que recuerdo de esa tarde era la cara súper sonriente de mi amiga. Y, por supuesto, de cómo se sonrojó al contarme sobre ese primer beso casi adolescente. Un beso robado en un carro, luego de un par de cervezas perfectas. “Este muchachito sabe lo que hace”, me dice la pecosita. Y se tapó la cara para reírse y ponerse como una fresita: roja y feliz. Yo me alegro pero, sin entender mucho, le comento: “el mío tiene 40, jajaja. No sé qué decirte, ami”.

Tres días después, por cosas de la vida, tan maravillosa ella, salgo a bailar. Toda la tarde de ese sábado hablé con una amiga, vino en mano, sobre los besos éstos perturbadores y sobre negocios (sex toys, blogs, letras, blahblah). Nos embochinchamos y salimos a tomarnos un trago en un bar.
 
Me entaconé, me puse una sonrisa y dije: “bah, a bailar hasta que las piernitas no te den. A sacudirnos el silencio éste heredado…” No me di cuenta, simplemente no me di cuenta, de que un “muchachito” me había puesto el ojo. No me di cuenta hasta que me robó un beso. Abro los ojos y veo a un tipo que, con sus 21 años instalados, me hizo la noche.

La belleza de este tipo se salía de mis patrones regulares. No supe ni qué decir. Aunque, al rato, se me salió un: “Esta noche te quedas en mi casa”. Ese día fue, simplemente, la graduación de aquella lección que el canosito me había dado: “Pero claro que eres coqueta, date cuenta y utilízalo”.

Los siguientes 4 meses se llenaron de pedacitos sorpresivos de un cuerpo que, aunque parecía  la perdición en pasta, era una mata de inocencia. La única manera de protegerme de unos labios que rozaban con la perfección, era saberme adulta. Entender que era yo la que manejaba el asunto.

Yo nunca hice una llamada, nunca busqué a aquel francesito que estaba descubriendo un mundo lleno de chicas hermosas que le saltaban encima. Pero, no sé muy bien por qué,  esta criatura venía cada fin de semana a echarme los cuentos más pícaros de su estadía en nuestro país. Por cosas de la vida, tan pícara y encantadora ella, se cambiaron los papeles y era yo la “viejita”, la que tenía experiencia.
Un cuerpo grandote y perfecto me decía: “enséñame”, con sus pequeños 21 años. Y no tuve más remedio que hacerlo, sin culpa ni remordimiento alguno. Una, otra y otra vez.

La última noche se tiñó de “última vez”, de confesiones putas y mucho abrazo largo. Noches que se disfrutan y que quieren ser contadas.

No he dejado de pensar en mi querida amiga Valen y su introducción a los “muchachitos”. Más adecuada, imposible.

Por acá estamos listas para la próxima historia :)

Por Samantha Mesones
@samymesa/@ohmyporn

No hay comentarios:

Publicar un comentario