sábado, 28 de febrero de 2015

El fenómeno del histeriqueo





Hay cosas sobre mudarte a otro país que no te enseñan en la escuela, ni vienen en el tríptico que te regalan en el puesto de información turística una vez que has pasado migraciones.

Nadie te explica, por ejemplo, que en ningún lugar que no sea Venezuela, puedes pedirte "un marrón" sin que te miren feo, porque ¿a quién se le ocurre que alguien pueda referirse al café cortado como "un marrón"? 

Tampoco te dan un manual en el que se te enseñen los rituales y técnicas locales de flirteo y conquista. Hace casi cuatro años que vivo en Buenos Aires, y todavía no le tengo la maña a los argentinos. Para empezar, hay una brecha cultural que algunos al principio no alcanzamos a percibir. Hay gestos que aquí son señal inequívoca de algo, mientras que en Caracas se leen literalmente. Por ejemplo, si en un local en Caracas un tipo me invita a bailar, una te baila par de canciones con él, agradece la invitación y regresa a su mesa, y el pana se va feliz porque echó un pie. Si en cambio le aceptas la misma invitación a un porteño en un boliche capitalino, tácitamente estarías aceptando que "da para darse". Pero ¿y si lo único que yo quiero es echar un pie? Entonces soy una histérica. Claramente manejamos códigos distintos.

Otra cosa que tampoco te cuentan es que no es tan fácil conocer gente en esta ciudad. Si conoces a un tipo en un bar, y pegan onda, lo más probable es que eso termine en un polvo y adiós luz que te apagaste. O si realmente se llevan bien, quizás salgan dos, tres o cuatro veces, todo vaya estupendamente bien y luego, no pasa nada más. Cero. Zip. Y adiós luz que te apagaste, porque aquí te aman un par de días y luego pierden el interés. Supongo que es porque una no los maltrata. Estoy convencida de que aquí les encanta que los traten mal, y por eso las argentinas nos ganan la partida a las extranjeras, que sí somos chéveres.

Les tengo una noticia, chicos: el "histeriqueo porteño" no es un fenómeno exclusivo de las minitas. Ustedes pueden llegar a ser tanto o más histéricos que ellas, al punto de que algunos seguramente deben estar clínicamente diagnosticado con bipolaridad.

Pongo como ejemplo, mi amigo Juan, a quien alguna vez le gusté (y obviamente también me gustó) y ahora se supone que no pero igual me vive lanzando miraditas juguetonas e indirectas nada sutiles. No viene a mi casa a tomar un café si no hay chaperón porque -and I quote- "es que si estamos vos y yo solos no voy a poder controlarme". Luego se hace el que no, y cuando lo llamo "histérico" dice que yo estoy delirando. Muchacho, ya estás grande, hacete cargo y admití que te gusto, aunque sólo sea para sacártelo del pecho.

Y si no quieres asumir tu barranco, no me calientes la pava. ¿Va?

Honestamente eso me saca de quicio, pero aquí parece ser normal. Es parte del juego de conquista. El histérico te seduce, te demuestra que se derrite por ti, te tienta constantemente, y en el momento en que decides pararle bolas, ah, no. Ya no. Desinterés y rechazo. Esto lo tienen que declarar formalmente como una psicopatía o algo, porque no puede ser que anden por la vida tan impunes haciendo que una quede como una idiota.

Una no es una idiota, ni una delirada que interpretó mal mínimas señales de simpatía. Es usted, Señor o Señorita Histeria que tiene un problema de ego y necesita calentar a los demás para sentirse importante.

En lugar de eso, mi recomendación personal es que aprovechen que ya captaron el interés del otro and get jiggy with it. Dejen de jugar, empiecen a disfrutar. 

En pocas palabras: terminen de salir de la pubertad.