El pasado domingo, tal como hice en Octubre, me levanté temprano, me di un duchazo, puse a colar un café que quedó medio aguado y que a medias cumplió el difícil objetivo de despertarme, y me fui, cédula en mano, a ejercer mi derecho al voto.
Igual que en octubre, teníamos pensado regresar al Consulado a esperar los resultados, pero esta vez, previamente advertidos de la presencia de varios grupos de izquierda argentinos que apoyan al actual gobierno venezolano -por ilegítimo que sea-, decidimos no caer en provocaciones, no ponernos en riesgo, y optamos por reunirnos en casa de un amigo. Todavía no creemos las palabras que salieron de boca de Tibisay Lucena al anunciar que el proceso electoral se llevó a cabo "sin irregularidades" y que con un 1% y faltando votos por escrutar (incluidos los del exterior), había una tendencia irreversible a favor del candidato oficialista.
Hoy todavía no creo en sus palabras, y por eso decidí acompañar a otros compatriotas que residen en Argentina para alzar nuestra voz y mostrar nuestro descontento.
Así, atendiendo el llamado de Henrique Capriles a tocar las cacerolas a las 8 de la noche (Ven), acudimos al Consulado, y a las 9:30 empezó nuestro cacerolazo. Ahí estuvimos, tranquilos pero firmes, dándole palo a esas ollas y coreando consignas a favor de una auditoría. Nada más. Después de un par de horas llegamos a la Avenida Santa Fe con el único propósito de tener visibilidad para difundir nuestra postura. Éramos, calculo yo, unas doscientas personas. En ningún momento alteramos el orden, rayamos paredes, rompimos cosas o siquiera tocamos las puertas del edificio de la Embajada. De hecho, nos mantuvimos detrás del cercado que la separa con la calle.
Estos grupos fueron acercándose de a poco al lugar en el que manifestábamos, y los pocos que lograron pasar el cordón policial, con una actitud desafiante nos gritaban "golpistas", "fascistas" y "asesinos".
Golpistas, a nosotros, que únicamente pedimos un conteo manual de los votos, porque tenemos razones suficientes para creer que hay discrepancia. Golpistas a nosotros que ejercemos nuestro derecho a la protesta - siempre pacífica -. Golpistas porque nos negamos a aceptar un gobierno ilegítimo. Golpistas a nosotros, mientras aquel que ya no está se hizo famoso precisamente por llevar a cabo un golpe de Estado a un gobierno democráticamente electo.
Nos llaman fascistas por las mismas razones. Fascistas mientras en la Asamblea Nacional Diosdado Cabello niega el derecho de palabra a los parlamentarios de oposición y destituye a los que presiden las diferentes comisiones sólo porque le da la gana. Fascistas, mientras Andrés Izarra amenaza a la población civil con enviarles motorizados armados si se atreven a manifestar o Maripili Hernández sugiere que cuentan con 375 mil combatientes. Nos llaman fascistas, pero defienden a ultranza a un militar que estuvo más de 14 años en el poder, y a su heredero, aún a pesar de odiar a los militares de su propio país. Fascistas, a nosotros que sonamos unas ollas y pedimos un recuento de votos.
Hoy el Consulado, por segundo día, permanece cerrado debido a los supuestos "actos vandálicos" que nunca tuvieron lugar. Estamos imposibilitados de hacer trámites, nos niegan nuestros derechos. Eso sí: nunca dijeron una sola palabra sobre las pintas y los grafittis que hicieron los grupos de izquierda argentinos cuando "su" comandante murió, o mejor dicho, cuando finalmente Nicolás Maduro tuvo las bolas de anunciárselo al país después de semanas mintiendo. Es probable que con el puente del 19 de abril, no abran sus puertas en toda la semana. En argentina, los venezolanos no tenemos representación. Más bien, un ente que nos castiga por opinar diferente.
Sin derecho a la palabra, sin derecho al recuento de votos, sin derecho a protestar, y los que estamos afuera, además sin representación consular.
Pero los antidemocráticos fascistas somos nosotros.
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