Sí, debo confesar que cuando me enteré que estabas aquí gracias a un incauto tweet de un amigo en común, se me hizo un arroz con mango cerebro-emocional que no he sabido manejar con la menor gracia. Se me sacudió el piso y el estómago casi se me sale por la boca. Así me sentí ese día de mayo cuando decidiste - vía mail - decirme que te habías dado cuenta de tú y yo no tendríamos manera de funcionar. Nunca me dijiste por qué, sólo que habían "detalles que saltaron a la vista" (que aún desconozco) que te convencieron de que eso era así, aun a pesar de la felicidad vivida en los meses anteriores. Ah! También aprovechaste ese email para decirme que - ahora sí - te habías enamorado, casualmente una persona a la que le abrí las puertas y los brazos con total confianza y a quien incluso, ingenuamente, le ofrecí mi amistad. Ya te imaginarás lo tonta que me sentí... Y cómo no? si unas semanas antes me habías dicho que necesitabas pasar un tiempo solo tratando de reacomodar y adaptarte a tu nueva vida, y mientras tanto estabas haciendo planes de vida con alguien ella.
Confieso que, con todo lo mal que estuvo que decidiste hacer las cosas, y teniendo mil razones para hacerlo, no te odio, a pesar a lo que seguramente debes creer. Por el contrario, y tan reprochable como es, te sigo queriendo. Sigo sin haber roto esa promesa que hace casi un año te hice, y cumplo por ti las promesas que tú me hiciste. No me aburrí de ti, no fui a buscarme a alguien "mejor" (lo que sea que eso pueda significar), no te herí, no me rendí.
Confieso que fui feliz, como nunca. No podía pedir nada más. A tu lado aprendí a confiar, a creer, a no estar siempre a la defensiva, a vivir sin miedos, a ser libre, a amar... por lo menos por un tiempo, porque ahora no confío, no creo, vivo dentro de una coraza que quiero creer blindada contra todo y siento terror de volver a desnudar por completo mi cuerpo y mi alma para que alguien pueda conocerlos como tú los conociste... Como tú me conociste.
Confieso que desde que nos tomamos ese café una soleada tarde de agosto no ha pasado un día en el que no hayas inundado mi mente, para bien o para mal, pero ahí estás. No solo te he pensado. También te he llorado, cuando menos, una, o dos o 4 veces por semana.
Confieso que hay días en los que muero por verte, por volver a tenerte, por volver a tocarte, y hay días en los que quisiera borrarte por completo, ni siquiera recordarte, como si no hubieras pasado por mi vida hace 6 meses, o hace un año, o hace 17 años. Porque recordarte siempre es doloroso. Recordar la mejor Navidad, el mejor viaje, los mejores meses que pasé en mi vida se me hace hasta físicamente intolerable.
Confieso que con lo mucho que detesto la cursilería, aquí estoy, siendo abiertamente cursi y ridícula ante el mundo mientras intento con este desahogo, sacarte definitivamente de mi sistema, aunque hubiera preferido mil veces tener la oportunidad de hacerlo de frente. Es una lástima que nunca fuiste suficientemente hombre para hacerlo.
Confieso que nunca he dicho adiós definitivamente. Me da miedo cerrar la puerta y tirar la llave, Pero por primera vez lo veo increíblemente necesario y urgente. Eso me dice mi cabeza, que con sus hemorragias y cirugías, está en mejor estado qué el corazón, que ya no tiene capacidad de decidir nada que me convenga.
Dicho esto (y seguramente dejando muchas cosas por fuera), quizás lo más difícil que he tenido que hacer es lo que viene: decirte, Eddy, finalmente, adiós. Esta vez sin idas y venidas, sin vueltas. Como lo hizo Vicentico: "Te destierro de mi alma y mi corazón", a ti, a quien amé todo lo humanamente posible.