Lo primero, es agradecerle a Samy por prestarme su Blog para contar mi historia de forma anónima antes de armarme de valor para salir a la luz. A ti, gracias eternas, hermana.
"Salí corriendo y me encerré en el baño. Otra vez escondida en un baño. Me lavé una, dos, tres veces. “Y ahora cómo salgo de aquí?”. Pero tenía que salir, y para eso, tenía que mirarlo a la cara".
Tenía 19 años, estudiaba Ciencias Sociales en la UCAB. Tenía un buen amigo del San Ignacio que estudiaba Derecho y con el que siempre salíamos. Fuimos muy buenos amigos durante varios años. Uno de sus amigos del colegio -Promo del 97- que vivía y estudiaba en México estaba de visita y una noche nos fuimos todos a una fiesta en casa de una chama -Rosa creo que se llamaba- que yo no conocía.
El amigo de mi amigo -Álvaro se llama, Álvaro Días Huizar- me había parecido encantador, guapo, simpático, inteligente. Una sonrisa cautivadora y unos ojos verdes penetrantes. No les voy a mentir, Álvaro me había encantado, y la química la sentimos al instante. Cosa rara que haya sido así, porque pa’ jodía yo. Coqueteamos, bailamos, nos miramos con picardía. Todo muy sabroso. Hasta que dejó de serlo.
Bailábamos algún tecno-merengue de la época cuando de la nada, frente a todos, intenta besarme. A mí me pareció un poco apresurado, aparte ¿qué pensaría el resto, si lo acabo de conocer hace apenas u par de horas? Giré mi cara, y él entendió la seña. Desistió, pero sólo por un momento.
Entrada la noche, luego de unos rones, naturalmente la vejiga empieza a manifestarse. Fui hacia baño y toqué la puerta. Salió Álvaro, entré yo, pero él impidió que yo cerrara la puerta. Se metió conmigo al baño por la fuerza pasó el seguro de la puerta. Me puso contra una pared mientras intentaba quitarme el overol. Yo estaba vestida como un muchachito, para los que me ya me están imaginando de minifalda y escote. Sin poudor ni vergüenza alguna Álvaro metió sus manos dentro de mi braga y me empezó a besar por la fuerza mientras me tocaba. Con esa misma fuerza que ejercía sobre mí me lo quité de encima. Lo empujé con tantas ganas que pegó contra el lavamanos, que terminó roto en el piso. La tubería rota, agua saliendo por todos lados: al final fue eso lo que lo espantó.
Salió corriendo de ahí tan rápido como pudo mientras yo, sin haber podido procesar lo que acababa de pasar, e intentando mantener la calma, buscaba la llave del agua para que no se le inundara la casa a nuestra anfitriona desconocida. Yo, sin haber podido procesar los que acababa de pasar, asumí la responsabilidad por ese lavamanos roto y por el agua inundando el baño. No pude sino sentir vergüenza, aunque no había hecho nada malo.
Al siguiente lunes el rumor ya se había corrido por toda la Universidad. “Ya se enteraron? V. andaba tirando con un tipo en el baño y hasta tumbaron el lavamanos… ni siquiera conocía a la dueña de la casa, y acababa de conocer al tipo. Qué jeva tan puta”. Cuando no eran los comentarios a mis espaldas, era el "chalequeo", las risas, la burla… porque claro, así somos los venezolanos, todo es un chiste, y si no te la aguantas, es porque eres un pica'o. Ese rumor rodó por meses. En algún punto simplemente se volvió agotador tratar de contar lo que realmente había pasado. La realidad no era tan interesante ni tan entretenida como la otra versión del chisme, que uno de los amigos comunes con Álvaro – Jose Francisco Novoa, o "JoseFa"cómo lo llamábamos en la facultad- (compañero suyo en el San Ignacio y mío en la UCAB) había decidido compartir con todos, supongo que para tener una anécdota interesante qué contar. Por supuesto, a partir de ahí no faltaron las invitaciones no deseadas de babosos para visitar los baños de la universidad. Ese tipo - José Francisco- hoy cree que no hizo nada malo y que con esto yo lo estoy difamando.
Dos años pasaron, y fui a otra fiesta con mi amigo, el mismo que me había presentado a Álvaro aquella noche. Ahí conocí a Iván, otro de sus compañeros del Loyola. “Ah, ¿tú eres la famosa Valentina?”. Here we go again, pensé. Sudé frío ante la posibilidad de que aquel maldito chisme resurgiera después de que tanto costó dejarlo atrás. “Álvaro me habló de ti. Estuvo visitando Caracas hace poco. Te quería ver, pero decidió no llamarte”. “Al menos”, pensé yo. Quizás se dio cuenta de que lo que hizo antes estuvo mal. Quizás creció, maduró, entendió.
"Por un momento pensé que quizás mis súplicas sólo se escuchaban en mi cabeza, porque él no paraba. Siguió hasta que terminó, hasta que acabó, hasta que quedó satisfecho".
Pasaron otros dos años. Álvaro de nuevo visitaba desde México. Esta vez sí decidió llamarme. Y yo decidí darle el beneficio de la duda. Quedamos en vernos cerca de su casa en La Castellana – yo trabajaba cerca, así que era conveniente-. Pasamos la mañana caminando, conversando, nos sentamos en un parque con un cafecito de panadería. Sin muchas palabras se disculpó por lo que me había hecho cuatro años atrás, y para ser honesta, yo ya lo había dejado un poco en el olvido. Recuerdo que era una mañana de un lunes de marzo. Un par de horas más tarde volvimos a su casa, saludamos a su mamá y a su tío, con quien tenía una partida de ajedrez a medio jugar, pero que decidió posponer por un rato más y nos preparó otro café. “Quiero mostrarte unos libros que compré”. Ah sí, Álvaro siempre fue un tipo muy leído, un chamo bastante intelectualoide para su edad. Un jugador Pro de ajedrez, graduado con honores y, si no me equivoco, alguna vez dio clases en la universidad de Nantes o algo así, donde creo que también estudió. Los libros estaban en su habitación. Ahora no recuerdo bien cuáles eran, pero varios llamaron mi atención. Uno de hecho ya estaba en mi lista de pendientes. Yo me perdí en las páginas de ese libro. Creo que debía estar muy concentrada porque no escuché la puerta de entrada de la casa cerrar cuando su madre y su tío salieron. Él claramente sí la escuchó. “Este es el momento”, pensaría él. Se me acercó e intentó besarme. Le dije que no, que yo estaba saliendo con alguien y no iba a hacer nada que pudiera dañar esa relación (y aunque no hubiera estado con alguien, la verdad no estaba interesada). Él se alejó y pidió disculpas. Unas disculpas falsas, vacías, porque en menos de cinco minutos se me volvió a lanzar encima, esta vez agresivo.
Sujetó mis manos con fuerza por detrás de mi espalda, me tiró a la cama, y mientras con una mano sostuvo las mías, con la otra desabrochó mi pantalón y se bajó el suyo. Yo, llorando y con la poca voz que me quedaba, le pedí que parara… llorando le insistí que se detuviera, que me soltara, pero nunca lo hizo. Por un momento pensé que quizás mis súplicas sólo se escuchaban en mi cabeza, porque él no paraba. Siguió hasta que terminó, hasta que acabó, hasta que quedó satisfecho. No tuvo ni la cortesía (“ ”) de ponerse un preservativo. No les puedo contar lo angustiantes que fueron para mí las siguientes semanas.
Salí corriendo y me encerré en el baño. Otra vez escondida en un baño. Me lavé una, dos, tres veces. “Y ahora cómo salgo de aquí?”. Pero tenía que salir, y para eso, tenía que mirarlo a la cara. ¿Saben qué es jodido? Que estaba tan entumecida e incrédula que después de todo lo dejé caminar conmigo hasta mi lugar de trabajo. Bueno, no lo dejé, él insistió. “Te acompaño para que no vayas sola” me dijo. ¡Tan caballero él!
Al año siguiente él decidió volver. Yo era pasante de una firma de abogados e iba todos los días a Tribunales. Estaba bajando las escaleras del edificio de Pajaritos cuando me lo encontré de frente. Eran unas escaleras de esas estrechas, abarrotadas de gente, no dehaban mucho espacio para maniobrar, como para que fuese fácil estar atrapada de nuevo por él. Me sonrió, con la mirada iluminada, como si no me hubiese atacadoapenas un año antes y me lanzó un amigable “¿cómo estás? Le dejé claro que él no me miraba, no me hablaba, ni me pensaba, nunca más. No tenía derecho a eso.
Me lo encontré varias veces más cuando no había razón lógica para que eso pasara, ¡si ni siquiera vivía en el país! Una vez fui con unos amigos a la playa, y casualmente él también estaba ahí con los suyos. Esa vez tuvo la desfachatez de acercarse decirme que lo que hizo “lo hizo por amor”. ¿Amor? Pero ¿qué clase de amor puede ser ese? En otra ocasión que fui a ver a los chicos jugar futbolito también estaba allí. encontrarlo de sorpresa, de frente, siempre me descolocaba, me aterraba.
Yo siempre he sido la clase de persona que para cerrar un capítulo necesito respuestas, explicaciones y razones de todo. Ese día quise hablarle. Quería preguntarle ¿por qué? ¿por qué yo? Su respuesta me dejó helada: “a menos que sea para pedirme tener sexo, no tenemos nada de qué hablar”. Vete a la mismísima mierda, chico.
A su amigo Iván lo vi poco después de eso. Nos fuimos a tomar un café y le conté lo que pasó. Me sorprendió que él no parecía sorprendido. Luego me dijo que Álvaro algo ya le había contado, probablemente una versión en la que él era un caballero y yo una loca (ustedes saben, modus operandi), pero mi versión completaba los vacíos inexplicables de la suya. La verdad desconozco si siguen siendo amigos, o si el resto del grupo, incluyendo a aquel que alguna vez consideré como mi hermano, conocen esta historia. A él nunca tuve el valor de contársela. No sé si ellos la conocen y se hacen la vista gorda, si mantienen silencio cómplice. Pero espero que esto les llegue, y con ello, a él al menos una condena moral. Lo que sí, es que a Iván le agradezco haberme escuchado sin prejuicios, y sin defensas a lo indefendible.
|
Relato de una lectora sobre violación a su consentimiento por parte de Álvaro Días Huizar. Les explico: si una mujer consiente en una relación sexual con la condición de que el hombre use un preservativo, y él se lo quita sin informárselo, está cometiendo un abuso sexual. |
Hoy Álvaro es el Director de Coordinación Interprocuradurías de la Fiscalía General de la República en México (sí, lo googleé). No le fue mal. Quizás la historia sería otra si lo hubiera denunciado. Pero no lo hice porque a mis 23 era una mujer bastante insegura (y esta situación me hizo peor), porque no quería que los amigos -suyos y míos- me odiaran por “joderle la vida” haciéndolo responder ante la justicia venezolana que es bastante desastrosa, porque seguramente no me iban a creer, porque no quería pasar por la vergüenza de contar mi historia, y sobretodo, por pendeja. Hoy ya es tarde para eso.
Para lo que no es tarde es para darles un espacio todas las que tampoco se atrevieron a hablar para que lo hagan ahora, para que nos apoyemos, para que lo detengamos, porque estoy segura e que sigue agrediendo y atacando a otras mujeres, y tiene que parar.
De todo lo que sí aprendí fue a defenderme, a identificar las “red flags”, a mandar a la mierda a un tipo apenas noto que intenta manipularme. No fue así durante años, y lo pagué caro, pero ya no. Basta, no más. Hoy por fin puedo empezar a dejar todo esto atrás, y vengo a decirles a todas que se sale. De todo se sale. A las que han sufrido violencia, busquen el apoyo que cada una sienta que necesite y cuando lo necesite, tómense su tiempo para sanar, para levantarse y seguir brillando.
A los que me leyeron, me escucharon y me creyeron, gracias. Infinitas gracias.
P.D.: a quienes han sido víctimas de esta persona, las invito a comunicarse conmigo, a comentar este post, a ayudarme - ayudarnos - a evitar que violente a otras mujeres.